Nuestra Historia – Redención (Parte 1)
La luz de la luna creaba un camino a lo largo de la arena a medida que avanzábamos por la playa esa noche de agosto. Nuestros hijos, Nathan de 11 años y Emily de 5, estaban en el departamento que habíamos alquilado para nuestras vacaciones de verano. Con la brisa en nuestros rostros, sabíamos que había llegado el momento para hablar de algunos temas importantes; cosas que afectarían nuestras vidas, pero que debían resolverse primero entre los dos. Fue una conversación que nos puso en un rumbo que ninguno de nosotros pudo haber imaginado.
“Si no lo hacemos ahora, será demasiado tarde, nuestros hijos crecerán y será muy difícil para ellos”. Se refería a algo que habíamos tratado de vez en cuando por muchos años, pero siempre como un “tal vez” o un “algún día”. Hablaba de Colombia. Hablaba de arrancar las raíces que habíamos cimentado en los últimos dieciocho años, desmantelar todo aquello que había moldeado nuestras vidas, replantarnos, y reconstruirnos en un país a miles de kilómetros de distancia en medio de un pueblo y una cultura completamente ajenos a nosotros. No fue una conversación fácil, pero nada comparada a muchas otras que vinieron en los meses siguientes.
“Creo que es el momento“, dijo Ron.
Para mí, la lucha fue más difícil. Mientras que con el paso del tiempo me aseguraba de que Ron había escuchado el llamado de Dios, yo no escuchaba nada. Dios no me había dicho sobre sus planes para nuestras vidas. Y así, cuando Ron empezó a hablar de todo lo que tendríamos que hacer para prepararnos y todas las cosas que tendríamos que dejar atrás, sentía que mis dedos se aferraban más fuerte que nunca a nuestras vidas en California.
Pensaba en la hermosa casa que habíamos construido nosotros mismos, ubicada en un callejón sin salida de un tranquilo barrio de club de campo, llena de cosas hermosas y recuerdos aún más hermosos. Pensaba en nuestra familia extendida, quienes vivían a pocos kilómetros de nosotros: los abuelos, tías, tíos y primos de nuestros hijos. Pensaba en nuestros amigos de la iglesia y nuestra familia — personas que habían sido una parte tan importante de nuestras vidas y nuestro ministerio por muchos años. Sentía que todo lo que había comprendido nuestra vida como una familia estaba siendo arrebatado por manos que no podía ver para un propósito que no podía entender. Estaba aterrada. Me sentí impotente. Pero Dios …
La Misericordia de DIOS
Dios que abunda en misericordia y gracia no me dejó en ese lugar de incertidumbre e inseguridad. Me encontró donde estaba y, gentilmente, en las semanas y meses que siguieron, me guio a través de un proceso de rendición a un lugar de paz. A través de Su Palabra y Su Espíritu me aseguró que no me estaba haciendo esto a mí, sino para mí. Que los planes que tenía, sus buenos planes, no eran solo para Ron, sino también para mí y para nuestros hijos. Que podía confiar en Él todo aquello que no sabía y entendía sobre lo que estaba haciendo, porque yo sabía que es un Dios que hace cosas buenas por aquellos que le pertenecen; incluso cuando esas cosas “buenas” son muy difíciles.
Once meses después de esa caminata nocturna por la playa, los cuatro abordamos un avión para Bogotá, Colombia. Nuestra casa aún no se había vendido pues la economía no era estable en ese momento, entonces quedó bajo el cuidado de una pareja joven de nuestra iglesia. Pero a excepción de lo que pudimos llevar en nuestras maletas, mayormente ropa, todo lo que aún poseíamos después de haber regalado y vendido muchas de nuestras posesiones, se quedó atrás. Y eso estaba bien, realmente bien. Estaba emocionada por lo que Dios tenía reservado para nosotros.
Y aun cuando no había escuchado Su “llamado” de la misma manera que lo hizo Ron, supe que seguíamos Sus pasos y eso era suficiente. Y la certeza de ese llamado sería crítica en los meses siguientes, pues todo lo que pensábamos que sabíamos sobre lo que Dios estaba haciendo y lo que Él quería para nosotros comenzó a revelarse, y nos quedamos con más preguntas que respuestas.