Nuestra Historia – Candidatos Poco Probables (Parte 4)
Hace unos días escuché una entrevista sobre la experiencia que una mujer tuvo al adoptar un niño de China con necesidades especiales. Mientras escuchaba su historia y la honestidad con la que ella expresaba, no solo sobre su alegría sino también las dificultades que afrontaron tanto ella como su familia (pues ya tenía dos hijos propios), fue inevitable relacionar su vivencia con mis propias experiencias. Al oír su historia, una parte de mí deseaba haber tenido los recursos que ella tuvo a su disposición para ayudar a su familia, cuando nuestra primera hija ecuatoriana, Blanca, vino a vivir con nosotros hace veintiún años. En aquel entonces, yo no estaba preparada en lo absoluto. Enfrenté desafíos que pensé que no iba a poder superar: desafíos que hacían que me pregunte, una y otra vez, si Dios había cometido un error al elegirme para esta tarea. Pero Dios conoce cada una de nuestras propias “formas de aprendizaje”, y para mí, reconocer la necesidad de una dependencia absoluta en Él, solo sería a través de lecciones duras.
Conocimos a Blanca poco después de llegar a Quito. Era muy pequeñita para sus 15 meses de edad, y todavía gateaba con aparatos ortopédicos en sus piernitas para corregir un problema en la formación de sus caderas debido al síndrome de alcoholismo fetal. Vivía en un orfanato donde buscaban una familia que pueda encargarse de brindar un cuidado especial para su crianza. Comenzamos a orar sobre nuestra posibilidad, y, a principios de diciembre, solo unas semanas después de habernos mudado a Ecuador, acordamos llevarla a casa para que pase el fin de semana a modo de “visita de prueba”.
Para mi sorpresa, cuando fuimos a recogerla, ya habían empacado todas sus cosas. Claramente tenían en mente más que una estancia de fin de semana, y no estaba completamente lista para la larga temporada de lucha que seguiría.
Hoy, después de tantos años y mucho más consciente de cómo Dios, con su poder ilimitado, nos encuentra en nuestras limitaciones, y cómo Su gracia nos cubre cuando no abrazamos ese poder, puedo realmente perdonarme por las dificultades que encontré al acoger a esta pequeñita en nuestro hogar. Ahora sé que gran parte de los obstáculos que enfrenté al aceptarla y adaptarme a ella, especialmente con sus necesidades y peculiaridades únicas, eran normales para aquellas familias adoptivas que acogen a niños con necesidades especiales. Mucho de ella estaba fuera de mi experiencia y capacidad para entenderla o relacionarme, y simplemente no sabía cómo manejar los sentimientos encontrados que seguían surgiendo en mi corazón. Estaba llena de culpa y vergüenza por no poder amarla como pensaba que debía. No la entendía, no estaba segura de tener lo que ella necesitaba de una madre, y a veces parecía tan complicado que ni siquiera quería intentarlo. Pero una vez más, a lo largo de los meses que pasaron, Dios comenzó a cambiar mi corazón. Fue una época dolorosa que involucró algunas lecciones duras y Dios no parece ser un fan de las lecciones fáciles, al menos en mi experiencia. Y he aprendido a confiar en que Él sabe lo que más nos conviene, incluso cuando duele.
A pesar de todas las cosas en las que posiblemente nos equivocamos, Blanca continuó creciendo y desarrollándose. Debido a que no sabíamos lo que implicaba el síndrome de alcoholismo fetal y las limitaciones que creaba en el desarrollo de un niño, teníamos expectativas mucho más altas para Blanca de las que podríamos haber tenido estando “mejor informados”.
Pero ese también fue el plan de Dios, y como resultado, ella ha superado todas las expectativas para una niña (ahora adulta) con su condición. Blanca es totalmente bilingüe y puede leer y escribir en castellano e inglés, además, trabaja tiempo completo en la escuela, y los fines de semana en una clínica veterinaria. Es una joven muy independiente y capaz: una gran cocinera, amante de los niños y los animales, tiene un encantador sentido del humor y no podemos imaginarnos el mundo o nuestra familia sin ella. ¿Fue duro? ¡SÍ! ¿Pero fue Dios? Absolutamente.
Blanca fue solo la primera de las niñas y niños perdidos de Ecuador que llegaron a nuestro hogar. Durante los siguientes tres años, en medio de la búsqueda, la compra, la construcción de lo que hoy es Montebello Academy, y el establecimiento de nuestra vida aquí, Dios nos trajo dos candidatos poco probables para cuidar: Lorena y Boris. La idea de traer adolescentes a nuestra casa era algo que ni siquiera habíamos considerado. Nuestro propio hijo, Nathan, recién entraba a la adolescencia, y aún teníamos mucho que aprender sobre cómo criar a un adolescente, mucho más sobre jovencitos cuyas vidas incluían las experiencias que ellos dos habían soportado.
A los 14 años, Lorena fue víctima de abuso sexual por parte de su padrastro. Un pastor vecino comenzó a llamarnos y nos contó acerca de esta joven que necesitaba desesperadamente un lugar seguro. Luchamos con la idea durante una o dos semanas, sin la certeza de estar listos para ese tipo de responsabilidad. Pero el pensamiento seguía llegando a nosotros: si Dios nos había traído aquí para rescatar a niños, ¿quiénes éramos nosotros para decidir cómo serían esos niños? Finalmente tomamos la decisión, y Lorena vino a vivir con nosotros. Era cálida y cariñosa, fácil de amar, pero también era una joven bastante herida, y el tiempo nos mostraría la profundidad de esas heridas.
Boris también tenía 14 años cuando llegó a nosotros; él era un niño de la calle que había llegado a Quito desde Colombia después de que su madre lo había botado de su casa. En Quito, se unió a una pandilla de niños que literalmente vivían en las calles.
Desde aspirar fuego hasta vender dulces, o sustraer teléfonos, dinero y otras cosas similares de personas desprevenidas, estos niños pelearon para sobrevivir de la forma en que podían. Viviendo en las calles durante dos años, Boris había aprendido bien sus lecciones. Pero también era un niño encantador, y después de ganarse el corazón de Ron cuando se conocieron en un evento para niños de la calle, comenzó a “venderme” la idea de acogerlo. Había escuchado muchas historias sobre estos jovencitos desafortunados en Colombia, ¡y no estaba para eso! No estaba dispuesta a poner en riesgo a mis propios hijos al traer la calle a mi casa.
Pero Dios sabía cómo llegar a este corazón bastante cínico y desconfiado, y cuando conocí a Boris en el hospital de Quito, después de haber sufrido supuestamente un atropellamiento que lo dejó con el cráneo roto, su encanto también me conmovió. Pronto, Boris se mudó a nuestra casa y se convirtió en un miembro más de nuestra familia. No fue hasta después de un par de años que descubrí que su herida había sido causada durante un robo por alguien que se defendió con su vehículo cuando él y sus amigos habían intentado asaltarlo. Estoy segura de que Dios estaba sonriendo cuando escuché esa noticia. Cuando conocí a Boris él supo que esa información habría sellado su destino, ¡lo que seguramente hubiera significado que NO vendría a vivir con nosotros!
Durante los siguientes años, estos dos jóvenes nos trajeron desafíos para los cuales no estábamos preparados. Si Blanca era difícil, estos dos lo eran mucho más: solo que de formas muy distintas. Los niños que han sido golpeados por la vida son simplemente eso: niños golpeados. PERO DIOS. A pesar de que ambos tuvieron que dejarnos varios años después como resultado de las malas decisiones que tomaban, Dios, siempre fiel y en Su tiempo, nos mostró que traer a Boris y a Lorena a nuestra casa fue la decisión correcta. Al decir “sí” a la invitación de Dios, Él nos permitió participar en un proceso que eventualmente llevaría a cada uno de ellos, ahora adultos, a una vida saludable, feliz y productiva. Lorena está casada, tiene una hija pequeña y tiene una relación genuina con Cristo. Boris, también casado y con tres hijos, es un seguidor de Cristo, y ha fundado un ministerio para ayudar a niñas que han sido víctimas de trata de blancas. Quién podría haber imaginado lo que Dios tenía reservado para ellos cuando nos ofreció la oportunidad de marcar una diferencia en sus vidas.
Como padres, no podríamos estar más orgullosos de los tres. Ellos fueron los primeros de varios hijos que Dios nos trajo, tan imperfectos como nosotros, para ser parte de la transformación de vidas que no hubieran conocido “la esperanza y el futuro” que Él tiene para ellos. Y nuevamente, esto fue solo el comienzo. Si fue difícil criar a cinco hijos, tres de ellos “adoptados”, ¡imaginen traer catorce más a la ecuación! Dios recién estaba iniciando.